miércoles, 2 de noviembre de 2011

El juicio contra el presunto presbítero pedófilo colombiano del Siglo XIX



El siglo XIX fue un extraño momento bizarro (en su significado anglo, no español) en la vida de la Nueva Granada (alias Colombia); ya que en él, se dieron situaciones inverosimiles como la separación (alias independencia) de España, las no se cuantas constituciones y la apoteosis de proceres de cartón, que desembocaron (por muchisimas razones que no vienen a cuento) en una continua serie de guerras y leyes, que llevaron a esa Granada naciente a los primeros puestos del subdesarrollo, ¡ah! y a la proliferación de los leguleyos. Teniendo en cuenta lo anterior, es entendible la poca atención que le dan los libros de historia a situaciones que hoy en día darían dias enteros de cubrimiento en las noticias (amarillistas?) de los canales de televisión privada. Bueno y pública también...qué le hacemos. 

Lo anterior, lo traigo a colación ya que en estos días he estado leyendo el libro escrito por Fernando Vallejo  Almas en pena chapolas negras”, donde se relatan los acontecimientos de la vida de José Asunción Silva y donde el autor se permite un par de licencias para comentar eventos insólitos que ocurrían mientras el poeta caminaba por este mundo. Uno de ellos y pues bueno, el que traigo a colación, es el del juicio por pedofilia (en esa época al parecer se llamaba corrupción a menores según parece) contra Tomás Escobar, presbítero y (según entiendo) rector del liceo donde estudió Silva y donde al parecer, gustaba de dar actitud positiva a sus estudiantes con positivos besos en la boca y además de esto, cuidaba de la integridad de los mismos, como centinela, en la cama de los pequeños.

Como no quiero quitarles más tiempo con un supuesto prólogo corto, los dejo con el maestro Fernando Vallejo y este extracto del libro que cite anteriormente donde cuenta las peripecias de este caso:   

Empecemos por ver a Silva de niño en lo poco que nos quedó de su niñez: tres fotos; una medalla ganada en el colegio; unas tarjetas limpias, nítidas, dibujadas por él; y unos difusos recuerdos de otros que lo conocieron y los consignaron por escrito décadas después, ya andando este siglo nuestro que no fue el suyo…

La medalla se la dieron en uno de los tres colegios en que estudió: el Liceo de la Infancia del eminentísimo don Ricardo Carrasquilla, compañero de tertulia literaria de Ricardo Silva y escritor; el Colegio de San José de Luis María Cuervo, hermano de Rufino José, el más grande filólogo de este idioma; y un segundo Liceo de la Infancia, el del presbítero tartufo y sodomita «señor doctor» Tomás Escobar como lo llama a todo lo largo y ancho de su verboso alegato Carlos Martínez Silva, abogado defensor, quien lo sacó absuelto del cargo de corrupción de menores con una poderosísima razón: «Ni es solo el señor doctor Escobar el directamente interesado en este juicio. Si, como no lo temo, llegare él a ser condenado por vosotros, conjuntamente serían heridos con él gran número de jóvenes de familias muy respetables, llamados a representar papel importante en nuestra sociedad. A todos ellos alcanzaría la mancha que se ha pretendido arrojar sobre el que fue su preceptor y maestro. ¡Y qué puñalada, señores, para el corazón de sus madres, y qué mengua para la patria, y que golpe para la moral pública, y que amarga decepción para cuantos aman el bien y tienen fe en el predominio de la virtud!». Esto en buen español se llama chantaje, que viene del francés «chanter», cantar. ¡Y qué bien que canto el «doctor» Martínez Silva, dio el do de pecho! Absuelvan señores jurados o van a decir que la sociedad bogotana es marica. Lo cual es la exactísima verdad, aunque no tanto pero no tan poquito. La misma hipocresía de todas partes. Aparte del proceso al padre Escobar, sólo conozco otra cosa que le haya causado tanto terror a la sociedad bogotana: el amor de Silva por su hermana. Todos corrieron a defenderlo de eso, como si les fuera algo en ello. Yo como nunca le pongo calificativos al amor y nunca digo amor homosexual, amor incestuoso…El amor es el amor, carajo.

La causa contra el presbítero Escobar, «única en nuestros fastos judiciales» como empezaba diciendo en su alegato  el doctor Martínez Silva, es una novelita apasionante. Si la vida de Silva o lo fuera más, la dejaría aquí en este punto para seguir con ella. ¡Lodo es lo que salpicó! A tutti quanti: al presbítero Escobar o al acusado; a José María Vargas Vila el acusador; y a los angelitos del colegio o coparticipes que pecaban dormidos. El escandalo lo desato un articulo del semanario La Actualidad  titulado «El camino de Sodoma», que incluía dos cartas cruzadas entre el director del mismo Juan de Dios Uribe y el denunciante José María Vargas Vila. El presbítero Tomás Escobar, como todo cura que ser respete y coma callado, era conservador; La actualidad era liberal, y liberal recalcitrante, radical. Rafael Núñez acababa de llegar a la presidencia apoyado por una coalición de conservadores papistas y liberales desteñidos, en oposición abierta a los liberales radicales. Así pues, lo que en realidad había detrás del juicio al padre Escobar era un juicio al nuevo régimen. La vieja hipocresía atacando a la nueva en nombre de una misma mentira, de una misma dizque moral.

Vargas Vila había sido pasante en el liceo de la Infancia, en el que aspiraba a llegar a ser vicerrector, hasta que el rector, el cura Escobar, lo despidió. En venganza le promovió el proceso. Pero si alguien tenía cola que le pisara era él, este indito feo y bajito, bajito y anónimo, anónimo y malo. Y he aquí lo que de él salio a relucir en el proceso, el testimonio de sus superiores de cuando andaba de militar: «Pero lo que sí consta por las declaraciones del señor capitán Carlos Morales, del señor Coronel Ramón Acevedo y de otros jefes del batallón 2º de línea, es que siendo Vargas Vila habilitado de aquel cuerpo se alzó con los fondos puestos bajo su custodia, y que los oficiales del batallón se vieron en la necesidad de cotizarse para cubrir las raciones atrasadas. Asimismo consta que entre los soldados del cuerpo en que Vargas Vila figuraba, corrían como muy válidas acusaciones terribles contra las costumbres depravadas de este mozo, quien apoyándose simplemente en conjeturas, se presenta ahora como censor severo de las mismas faltas de que él aparece responsable. Sabemos también, por las personas ya citadas, que Vargas Vila, ese mismo que ciño la espada y uso charreteras, solía disfrazarse de mujer y salir de noche por las calles, ya puede adivinarse con qué objeto. ¿Qué de extraño tiene, pues, que quien así deponía su traje viril y con él la espada que la república había confiado para su honor, para disfrazarse con las galas y afeites de las mujeres perdidas, remedara también el traje y las maneras de caballero, a fin de introducirse en la confianza del señor doctor Escobar y calumniarle después?».

¿En el Bogotá de mil ochocientos y tantos? ¡Qué divertido, no lo puedo creer! Ni puedo creer tampoco que el presbítero señor doctor Escobar se les pasara a las camas en su internado a sus educandos, como consta en autos que se le pasó a la del niño de 15 años Ernestico Rasch, que estaba según dice éste «entre dormido y despierto» a hacerle un examen de no sé qué (me imagino que de anatomía moral). Y he aquí en extracto la declaración del joven Manuel Restrepo, quien primero defendió al presbítero con una carta de apoyo firmada por él y otros ex condiscípulos del liceo, entre los cuales Silva, pero de la cual después se retracto:
        
«Un día el padre Escobar me dijo que estaba enfermo, que lo acompañara a su cuarto, a lo cual accedí para cerciorarme de los hechos (sic). Pocos momentos después paso él a mi cama y trató de hacer conmigo lo que hacía con los otros, a lo cual opuse resistencia digna de un hombre, y tuve hasta que darle unos pescozones. Éste fue el motivo por el cual salí de su colegio, y estos mismos motivos me obligaron a retirar mi firma que por humanidad puse en la manifestación hecha al clérigo Escobar». ¡Pobre padre Escobar, tratado por las malas como a cualquier masoquista o Cristo! Y punto y aparte señor secretario del juzgado que este párrafo va muy largo y pasemos a otra declaración.

A la del joven Simón Herrera quien declara, libre de polvo y paja, que en cierta ocasión el señor doctor Escobar «le llamó y en su presencia le incitó a que cometiera un acto infame con uno de sus condiscípulos, a lo cual se presto el declarante». ¿Con quién? Con su condiscípulo Antonio José Caicedo, quien sin embargo negó los hechos. En fin, salio untado declarando hasta un De Brigard, Arturo, que cuando el proceso ya era padre de familia. Y en la carta de apoyo al presbítero que firmó Silva con otros ex alumnos, aparecen otros dos De Brigard, hermanos sin duda del anterior.

«Señor doctor D. Tomás Escobar. Presente. Estimado doctor y amigo: La amistad y la justicia nos imponen el deber de hacer pública manifestación de los sentimientos que abrigamos respecto de usted, nuestro antiguo institutor. Habiendo sido alumnos internos o seminternos de su colegio, habiendo como tales vivido en su intimidad, y habiendo también viajado muchos de nosotros en su compañía, hemos podido apreciar su sólida piedad, su conducta intachable y el interés con que siempre ha mirado la educación moral e intelectual de sus alumnos. Quien sabe, como nosotros, cuales han sido sus precedentes, y está persuadido de que de algo han de servir los de una persona para juzgar su conducta, en cualquier época de la vida, puede dar el testimonio que nosotros tenemos el gusto y la honra de dar, a favor de nuestro venerado y querido institutor». Siguen la fecha (Bogotá, Septiembre 6 de 1884) y 35 firmas entre las cuales las de Silva, Manuel Restrepo, J.B. de Brigard y Camilo de Brigard.

José María Vargas Vila, el futuro polemista sin par y el mejor de nuestros «panfletarios», autor además de Ibis y Flor de Fango y veinte novelas más ardientes de lujuria por la mujer, y acusador en 1884, y 1885 del presbítero Escobar, era lo que se llamaba en ese siglo inefable un sodomita y en éste homosexual. En cuanto al acusado, el señor doctor Escobar, igual: homosexual. Y ambos un par de hipócritas enredados como mosquitas muertas en la telaraña de su mentira común. El presbítero Escobar venía del pueblo de Fredonia, Antioquia y tenia 35 años cuando el proceso (o sea, era un viejo), y la muy arraigada costumbre de besar a sus educandos en la boca con ternura paternal. Yo no sé si estos besitos en la boca sean buenos o sean malos, si están bien o mal, ni si el amor de silva por su hermana  iba más allá de no sé qué limites permitidos por la moral. Jamás he podido entender dónde están las fronteras marcadas. En la imposibilidad de distinguir el bien del mal por eso no me confieso. Para mí o todo es pecado, o nada.

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