martes, 7 de febrero de 2012

Un pequeño homenaje al maestro Dickens



El 07 de febrero del año de 1812, nació en la casa de un empleado de dependencia naval, un pequeño crio con pinta de ratoncito (la misma que tenemos todos al nacer) y que revolucionaria el mundo de la literatura muchos años después. Su familia hacía parte de aquella embrionaria clase media de la Inglaterra victoriana; pero que poco a poco, fue cayendo en la pobreza por las deudas que John Dickens (padre de Charles) tuvo que adquirir para cubrir sus despilfarros. Charles Dickens nunca pudo obtener una educación formal (es decir, en una escuela) hasta los 9 años, razón por la cual, anterior a esa edad, tuvo que adquirir algunos de sus primeros conocimientos en los libros, tales como Robinson Crusoe o Don Quijote (que tuvo mejor acogida en el público anglo que en el español por esa época).

A los 12 años, luego de que su padre fuera encarcelado por no pagar sus deudas, el pequeño Charles ingresó a trabajar a una fábrica de betún para zapatos, donde pegó etiquetas en las latas por 6 monedas a la semana en un miserable trabajo de 12 horas diarias; que incluso, después de mejorada la situación económica de su familia (por la herencia de una abuela), su madre lo obligó a continuar. Aquella situación fue un demonio que intentó el escritor Dickens, exorcizar a través de su obra como nos muestra el fragmento de David Copperfield citado en Wikipedia: “«Yo no recibía ningún consejo, ningún apoyo, ningún estimulante, ningún consuelo, ninguna asistencia de ningún tipo, de nadie que me pudiera recordar. ¡Cuánto deseaba ir al cielo!»”

No sería sino hasta el año de 1827 cuando el joven Dickens de 15 años, empezaría a tener contacto con la escritura al ser pasante en un bufete de abogados donde aprendió a escribir crónicas judiciales, taquigrafía; que lo llevarían a publicar una década más tarde “Los papeles póstumos del Club Pickwick”. A partir de ahí empezaría a escribir su obra literaria de la que pueden encontrar geniales reseñas en la internet y de la que no hablaré para entrar en materia de mi pequeño homenaje a Dickens.



El año pasado, luego de leer una reseña del libro Oliver Twist de Dickens (de quien había leído algunos cuentos, cuyo más conocido es “A christmas carol” [o cuento de navidad]) quise adquirirlo y por tanto, entré a la internet a buscar el libro, ya que Dickens es un autor de Dominio Público. El problema fue que las versiones que encontré en internet, eran versiones de 50 hojas, que no tenía las 300 y pico que decían los libros de las editoriales; lo que me llevó a buscar en Project Gutenberg el libro original en inglés para percatarme que las ediciones gratuitas de la web (o por lo menos las que encontré) son fragmentos o resúmenes de la obra original. Ello me llevó a iniciar la traducción de Oliver Twist al español, para donarla al Proyecto Gutenberg y que otras personas que no conocen mucho el inglés (y más si es de Dickens que me toca leerlo con diccionario) puedan degustar de esta excelente obra. La traducción que empecé a hacer en octubre del año pasado, no la he podido terminar, ni tampoco he podido avanzar mucho por las obligaciones que me toca cumplir. No obstante lo anterior y a modo de homenaje para Dickens, comparto el primer capítulo de Oliver Twist, traducido por mí (lo cual quiere decir que posiblemente tenga fallas o problemas de traducción ya que no soy la mata del inglés), con el que espero, conozcan las primeras páginas de esta gran obra.


Capitulo 1: Sobre el lugar donde Oliver Twist nació y las circunstancias de su nacimiento



Ubicado entre algunos edificios públicos de cierto pueblo que por prudencia no nombraré, existe una edificación que es común a la mayoría de los pueblos (sin importar si son grandes, medianos o pequeños): una casa de trabajo[1], que fue donde nació Oliver Twist, el mortal que le da nombre a este capítulo y cuya fecha de parto tampoco diré, al no ser relevante por ahora para nuestra historia.

Luego de ser traído a este desgraciado mundo por el médico de la parroquia, muchos dudaban que este niño pudiera sobrevivir el suficiente tiempo para tener un nombre (caso en el cual, estas memorias no habrían existido o simplemente habrían tenido el inestimable mérito de ser la biografía más concisa y fiel de cuantas han existido en la historia); pero tengo que decir que su nacimiento en una casa de trabajo – aunque no es la forma más envidiable y afortunada de llegar a este mundo– fue una circunstancia afortunada para Oliver Twist; ya que fue muy difícil hacer que Oliver ejecutara aquella práctica molesta que la costumbre ha hecho necesaria para nuestra acomodada existencia llamada respirar;  y esto ocurrió mientras estuvo tirado y jadeando durante un buen tiempo, en una pequeña colchoneta, en la que se debatió entre este y el otro mundo, con una clara ventaja del segundo. Ahora bien, de haber estado Oliver en un hogar con cariñosas abuelas cuidadosas, tías preocupadas, enfermeras experimentadas y sabios doctores, lo más seguro es que él habría muerto rápidamente. Como a diferencia de lo anterior, nuestro personaje se encontraba simplemente con una menesterosa anciana abrumada por el irresponsable uso de la cerveza y un médico de la parroquia que trabajaba por contrato, Oliver y la naturaleza, se dieron cuenta de que tenían que resolver el asunto por otro lado.  El resultado de esto fue que después de una intensa lucha, Oliver respiró, estornudó y procedió a notificar a los inquilinos de la casa de trabajo, de la nueva carga que le era impuesta a la parroquia, con un gigantesco grito de llanto que razonablemente tenía que venir de un infante, quien solamente tenía ese útil instrumento que es la voz, por un espacio de tiempo no mayor a tres minutos y un cuarto.

Paralelamente, mientras Oliver daba la primera prueba de libre y buen funcionamiento de sus pulmones, se movió una colcha de cobertor que se encontraba destendida sobre la cama de hierro donde el pálido rostro de una joven mujer cayó sobre la almohada, mientras su debilitada e imperfecta voz, articuló las siguientes palabras:

-“Déjenme ver el niño y morir”. 

El médico que estaba sentado mirando el fuego, frotándose y calentándose las palmas de las manos, escuchó la voz de la joven mujer y se levantó de su asiento para acercarse a la cabecera de la cama a decirle con una gentileza que nadie habría esperado de él:

“Oh, no debes hablar de morir aún”.

“Por supuesto que no!” intervino la enfermera, depositando rápidamente en su bolsillo una botella de vidrio verde, cuyo contenido había estado probando en una esquina con evidente satisfacción. “Que el señor bendiga su muerte; ya que cuando han vivido tanto como yo y han tenido trece hijos que murieron, excepto dos que están aquí, se darán cuenta que es lo mejor que se puede hacer: ¡bendecir su pobre corazón! . Pensad en lo que es una madre y que hay un pequeño cordero que toca criar”.

 Al parecer esta consoladora perspectiva de esperanzas de una madre, fracasó en producir el efecto buscado.  La paciente movió su cabeza y estiró su mano en dirección a su hijo. El médico lo llevo a sus manos y ella,  al tenerlo en su poder, dirigió sus blancos labios a la inocente frente del infante, donde le imprimió un beso cargado de gran frenesí, para luego pasarse las manos sobre su rostro, mirar salvajemente a su alrededor, estremecerse y caer de espaldas…para morir.

Ellos frotaron su pecho, manos y sienes, más su sangre se había detenido para siempre. Habían hablado de esperanza y consuelos, los cuales habían sido desconocidos para ella.

-“Se acabó Señora Thingummy” dijo el médico finalmente.

-“Ah, pobrecita, así es!” dijo la enfermera, recogiendo la tapa de la botella verde que había caído sobre la almohada cuando se inclinó a recoger el niño. “Pobrecita!”.

-“No se preocupe en llamarme cuando el niño llore, enfermera” dijo el médico, colocándose sus guantes con gran tranquilidad. “Es muy probable que no esté a gusto, por lo que pueden darle un poco de gruel si es el caso” .Luego de esto, el médico tomó su sombrero y se dirigió a la puerta,  deteniéndose antes al lado de la cama para preguntar: “ella era bonita, ¿de dónde venía?” 

-“Ella llegó anoche”, le respondió la anciana, “por orden del capataz. Lo anterior por cuanto fue encontrada tirada en la calle después de probablemente haber caminado mucho, pues traía los zapatos destrozados; aunque no sabemos de dónde venía o para donde iba”.

El médico se acercó  al cuerpo de la mujer y le alzo la mano izquierda. “La historia de siempre” dijo apretando su mano, “no tiene anillo de boda. Ya veo. ¡Ah! Buenas noches”.

El doctor se fue a  cenar, la enfermera volvió a tomar una vez más de la botella verde y luego se sentó en una pequeña silla ante el fuego donde procedió a vestir al infante.
Qué excelente ejemplo del poder de la ropa se veía en el joven Oliver Twist!, quien arropado en un cobertor –que hasta el momento había sido su único abrigo— pudo haber sido el hijo de un noble o un mendigo y estoy seguro que ninguna persona se habría atrevido asignar su lugar en la sociedad; pero luego de ser envestido por ropas viejas y amarillas de percal, inmediatamente fue etiquetado y clasificado como lo que era: un hijo de la parroquia, huérfano de la casa de trabajo, modesto esclavo medio-hambriento, quien sería golpeado, abofeteado, escupido y despreciado por todos; pero compadecido por nadie.

Oliver lloró con mucha fuerza y de haber sabido que iba a ser un huérfano, dejado a merced de la benignidad de la gente de la capilla; posiblemente habría llorado con muchísima más fuerza. 


[1] Del inglés workhouse, término usado en Gran Bretaña para  referirse a unos lugares donde las personas que se encontraban sin un peso para subsistir, podían ir para tener un albergue donde quedarse y a su vez, donde trabajar. En Escocia es conocido como “poorhouse”.



Imágenes tomadas de: http://entrenomadas.files.wordpress.com/2012/02/charles-dickens.jpg
http://austenprose.files.wordpress.com/2009/02/twist4.jpg?w=500

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