jueves, 15 de diciembre de 2011

El popularísimo mito del “doctor”

Antes de ir a este post, quisiera comentarle al poco número de lectores de este blog que hace unas horas me encontré con que una persona publicó un texto que escribí hace rato. La verdad no me molesta que los publiquen ya que mis textos no son la gran cosa, pero si les pido que por favor me den el crédito. Si lo llegan a tomar de este blog o de cualquier otro lado donde haya publicado (que no son muchos) simplemente dicen “escrito por Eladio Linacero en tal lado” y listo. Les agradezco de antemano y bueno voy al grano.  

Como todavía no tengo lista la segunda parte de mi relato del pasado invierno ni el post que empecé a escribir ayer, quisiera compartir un fragmento de una conferencia que leí esta mañana de Álvaro Gómez Hurtado ante agremiaciones educativas colombianas en junio de 1985.

El popularísimo mito del “doctor”



En Colombia, desde el principio de la colonización española, la educación era un elemento discriminatorio, que se traducía en ingresos diferentes según los grados culturales. Llegó a captarse que quien sabía más ganaba más y quien sabía menos ganaba menos. Esta es una regla universal, pero en Colombia ha sido especialmente protuberante. En el país existe el propósito de todo padre, madre de que su hijo alcance lo que hemos llamado el doctorado, o sea una distinción académica que constituye el final de todo esfuerzo familiar, como garantía de un ingreso que los saque a todos de la pobreza. Es el llamado mito del doctor, por culpa del cual, la noción básica de que el hombre estudia por aprender, ha sido sustituida por la de que el hombre estudia para graduarse.

El grado puede ser o no una condición de sabiduría; de todas maneras es un elemento que se presenta en la vida civil como determinante de un mayor ingreso, por el hecho de que alguien logre obtenerlo. Exagerado ese concepto, como generalmente se hace, el grado se convierte entonces en un mito. En el objetivo fundamental de la persona que intenta conseguirlo, con lo cual satisface al padre, a la madre, a los hermanos, al resto de la familia. Esa ponderación del grado ha determinado una serie de situaciones en la organización educacional del país, que yo creo que vale la pena estudiar, para ver si podemos limar un poco los prejuicios que se han ido formando a su alrededor.

La idea de llegar al grado conduce a lo que se oye con frecuencia: que la educación está mal orientada porque los grados ya no están garantizando ingresos. Si una persona graduada se queda sin ocupación, se desploma integralmente el concepto que tenemos en Colombia de la educación. Y vienen entonces las reacciones, un poco elementales y primarias de la gente, que dice que tenemos demasiados profesionales y que el gobierno debe intervenir para no dejar graduar tantos. Tan absurdo como el alfabetizarse más gente porque existen demasiados desempleados que saben leer y escribir. La casualidad del fenómeno se analiza desde un lado, sin pensar en que lo que falta al otro lado es trabajo, y que si hay demasiados profesionales no es porque sobren sino porque hacen falta oportunidades para emplearlos.

En un país como el nuestro, que no tiene desarrollo, las perspectivas de la gente con capacidades de trabajo son menores que cuando el país ha vivido épocas de auge. En lugar de buscar la restricción de la educación, proponiendo que se reduzcan los profesionales, deberíamos estar buscando la manera de que la economía  entre en un proceso de desarrollo.

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