domingo, 25 de diciembre de 2011

Más sobre las bananeras - Alfredo Iriarte



En esta entrada recojo un escrito del gran Alfredo Iriarte donde escribe sobre uno de los episodios poco conocidos de las bananeras. Lo extraje del libro “Lo que lengua mortal decir no pudo” y lo reproduzco para quienes no lo conocen:

MÁS SOBRE LAS BANANERAS 



Suele creerse que el episodio de las bananeras ha llegado a ser tan ampliamente conocido en todos sus pormenores ominosos, que poco o nada hay que agregar para que las gentes colombianas lo abarquen en su real dimensión de espanto y vergüenza. Yo, sin embargo, creo poder incluir en esta serie unos cuantos hechos que, por haber sido muy precariamente divulgados, caben perfectamente dentro del propósito cardinal de la serie el cual, como se indicó al comienzo de la misma, es sacar a la luz del sol algo del detritus que los gatos académicos han sepultado bajo asépticos y decorativos cúmulos de tierra, cumpliendo con ello fielmente la misión que les compete como custodios que son de un sistema que, en la medida en que se toma conciencia de su progresiva decrepitud, más se esfuerza en aparentar no sólo una vitalidad a toda prueba sino también un abolengo y unas ejecutorias intachables.

El acto de recrear la historia se torna particularmente grato cuando, en vez de apelar a relaciones, crónicas y documentos, la distancia que nos separa de los hechos nos permite acudir al testimonio directo de quienes la protagonizaron y vivieron. Tal es mi caso en estos capítulos sobre las bananeras. El país conoce bien a José Gnecco Mozo. Sabe de su brillante inteligencia, de su largo y fecundo magisterio en la ciencia del derecho constitucional, de sus atributos como historiador, tratadista y escritor.

Actualmente, José Gnecco, a la altura de sus 72 años, disfruta de las más envidiables condiciones de mocedad intelectual y física y, en consecuencia, de una memoria sorprendente. En largas y fecundas sesiones he tenido la oportunidad de oírle revelar unas veces y otras corroborar, hechos desconcertantes relacionados con ese sombrío episodio de la historia colombiana.

Por otra parte, antes de que se diga que lo que sigue es la versión mendaz de un apátrida comunista, debo aclarar que Pepe ha sido siempre, es y morirá godo, pero que a pesar de llevar por la vida ese rótulo, ya más anacrónico que oprobioso, ha sido, es y morirá honesto.

En 1928, Pepe Gnecco era secretario de Gobierno del doctor José María Núñez Roca, entonces mandatario seccional del Magdalena. El doctor Núñez tampoco era comunista. Era un patricio conservador de entrañables convicciones republicanas, atemperado y civilista. Era, además, un patriota. Se entiende, por tanto, que fuera tan adverso a los desmanes del ejército como a las maquinaciones inicuas de la United Fruit Company.  El hecho es que su suerte aciaga y el doctor Abadía Méndez lo llevaron a la Gobernación del Magdalena en los días de la gran huelga.

A la vez que el doctor Nuñez Roca ejercía el poder formal, ejercía a su vez el poder real el célebre Mr. Bradshaw, gerente general de la United de Colombia. Corrían ya los días críticos de la huelga. Los obreros habían logrado ya la unidad decisiva y recorrían la Zona impidiendo el corte de la fruta y haciendo imperiosa la exigencia de sus derechos burlados. Por esos días Mr Bradshaw empezó a visitar diariamente el despacho de la Gobernación, en la ciudad de Santa Marta. El procónsul llegaba todas las mañanas a la oficina de Núñez Roca ataviado con finos trajes de lino y escoltado por su séquito de abogados nativos, en cuyas garras de buitres, las leyes de Colombia pasaban a ser marionetas serviles de la Compañía explotadora.

Llegaba cotidianamente el prepotente virrey rodeado por su corte de juristas venales y exegetas a sueldo – herramientas indispensables del imperialismo – que hicieron decir bellamente a Luis Cano, en la época dorada y abolida en que los liberales eran nacionalistas: <<son más temibles para este pobre país los abogados de la Universidad de Colombia que los de la Universidad de Columbia>>. Lo cierto es que todos los días llegaba Mr Bradshaw con su cortejo de sanguijuelas a beber café  al despacho de Núñez Roca. La visita siempre era breve. Mientras el gringo saboreaba su tinto se desarrollaba a diario y en forma reiterada y machacona el siguiente dialogo:

Bradshaw (incisivo): Dígame una cosa, doctor Núñez, ¿las autoridades de Colombia sí están de veras en condiciones de garantizar la integridad de las vidas y bienes de los norteamericanos en la Zona Bananera?

Núñez Roca (desconfiado): Puede usted estar tranquilo, Mr Bradshaw. El ejército de Colombia está listo a asumir con presteza y eficacia la defensa de las vidas norteamericanas y los intereses de la compañía.

Bradshaw (desconfiado): Quiero seguir creyendo en usted. Ojalá no me defraude. Porque usted ya debe saber que ayer los obreros devastaron dos comisariatos y cometieron tales y cuales atropellos.

Núñez Roca (persuasivo): Eso es comprensible dentro de esta situación de emergencia, querido Mr Bradshaw. Pero debe usted estar seguro de que nada grave ocurrirá porque para impedirlo están las autoridades de la República.

Bradshaw (más sosegado): Confío en que las cosas no empeoren señor gobernador. Hasta la vista.

En ese momento desaparecían Bradshaw y su escolta de sabandijas hasta el día siguiente. Uno cualquiera de esos días Pepe Gnecco, intrigado, preguntó a Núñez Roca por qué expresaba con tanta certeza a Bradshaw la seguridad de las garantías del ejército colombiano en tanto que la situación se hacía cada vez más incontrolable. Sin perder la calma, el gobernador abrió de su gaveta de su escritorio, extrajo un catalejo y e invitó a su joven secretario a subir a la terraza de la Gobernación. Una vez allí le entregó el catalejo y le dio con el mismo talante apacible:

-Enfoque la vista hacia el centro de la había, mire en esa dirección hacia alta mar y encontrará la razón de mi actitud hacia el gringo.

El secretario apuntó el catalejo hacia donde se le indicaba y halló la razón del viejo gobernador en forma de destructores norteamericanos hermosamente artillados y cabalmente rellenos de marines ávidos de playas nuevas para su inextinguible furor bélico. Esto último no lo vio Pepe con el catalejo pero no requirió demasiada sagacidad ni rara clarividencia para adivinar que, en esas circunstancias, mal podían estar dos navíos de guerra de bandera norteamericana frente a la bahía de Santa Marta, cargados de monjas.  Núñez Roca no necesitó palabras para expresar lo obvio: que si él le dejaba entrever a Bradshaw duda alguna sobre la eficacia del ejército colombiano como guardián de la Compañía, el desembarco de los infantes seria cosa de horas.  Dicho en mejores palabras: los obreros en huelga por sus legítimos derechos tenían dos opciones: ser diezmados por los cobrizos soldados colombianos o por los infantes de Marina ojizarcos y catires.

Pero la suerte estaba echada. Ya se percibían en la Zona los pasos marciales de Carlos Cortés Vargas. Los obreros colombianos no serían ejecutados por verdugos extranjeros. Eso podía constituir una afrenta a la dignidad nacional. El Carnicero, con sus ametralladoras emplazadas en Ciénega, se anticiparía a los marines, impidiendo así en forma providente que militares foráneos profanaran con sus botas la integridad del suelo patrio y la soberanía de la República. Y conste que no se trata de especulaciones ni conjeturas. Así lo declaró públicamente y en forma reiterada el general Cortés Vargas.

1 comentario:

  1. Muy bueno el blog, y para hoy (año 2012) qué es de la vida de don Pepe? Ese Nuñez Roca no será pariente mío?

    ResponderEliminar