miércoles, 18 de enero de 2012

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez publicada en la revista BOMB



Este año voy a ir a “Hay Festival: Cartagena” a disfrutar de las conversaciones entre escritores  que van a tener lugar en el auditorio del Hotel Sofitel Santa Clara, el Teatro Adolfo Mejía y la Plaza de Santo Domingo. Uno de aquellos escritores es Juan Gabriel Vásquez, quien he citado varias veces en este blog y del cual – como preámbulo personal al “Woodstock de la literatura”—traduciré una de sus mejores entrevistas, no sin antes advertir como en otras traducciones mías que si saben inglés acudan al documento original, en razón a que puedo cometer errores (como entender mal la expresión o el sentido de una oración), que les solicito, me los hagan saber para corregirlos. Advierto eso sí, que en algunas partes me tomé algunas libertades de forma, para intentar exponerles el texto lo mejor posible, ya que cosas que suenan bien en inglés puede que no lo hagan en español.

Juan Gabriel Vásquez
Por: Silvana Paternostro
Publicada en la revista BOMB en el año 2010 

Los actuales escritores colombianos de ficción, tienen que enfrentarse a dos sombras al momento de encarar la hoja en blanco: la cultura del tráfico de drogas y el legado del realismo mágico de Gabriel García Márquez. Juan Gabriel Vásquez ha logrado esquivarlos en sus dos últimas novelas. Lo empecé a conocer cuando publicó Historia Secreta de Costaguana en 2007. Utilizando el nombre del país ficticio latinoamericano de Joseph Conrad para su título, Vásquez fue distanciándose de las omnipresentes tropas que confinan los hombres de letras de Colombia. Escuche de Vásquez otra vez el pasado verano cuando su novela publicada anteriormente, Los Informantes, fue traducida al inglés.

Los informantes es una novela sobre los alemanes y judíos que emigraron a Colombia – en los tiempos en que los dos coincidían—durante la Segunda Guerra Mundial. En el libro, se cuenta la historia de Sarah Gutterman, una judía alemana que llegó a Colombia a finales de los años 30, y que da a conocer un pasado secreto, como muchos otros que se encuentran sin resolver en Colombia.
Una ley de (el presidente) Eduardo Santos con la que apoyaba las tropas aliadas, obligaba a los simpatizantes nazis a ser prisioneros y a que se le confiscaran todas sus propiedades. Oír a Wagner o hablar alemán era considerado evidencia más que suficiente para que la persona fuera enviada a una prisión “refugio” en la montaña. Por lo anterior, la gente era animada a vigilar e informar sobre los amigos o familiares; generando (como se puede percibir) una caza de brujas muy parecida a la del macartismo. Omito la siguiente parte por ser un spoiler gigantesco de la novela.

Leer los informantes es como  pelar una cebolla capa por capa, ya que cada persona muestra la complejidad de la condición humana y se rastrean sorprendentes paralelismos históricos; resaltándose similitudes –como por ejemplo— entre los saqueos de la Noche de los Cristales Rotos y el Bogotazo (que es el momento histórico donde fue asesinado el líder populista Jorge Eliecer Gaitán en 1948 y que marcó el comienzo de un periodo de sangre llamado “La Violencia”). Carlos Fuentes escribió que esta novela ofrece al lector “la zona gris de la acción y de la conciencia humana, donde nuestra capacidad de cometer errores, traicionar, ofuscar, crea una cadena de infidencias que nos condena a un mundo de insuficiencias”.  Con lo anterior concuerdo, en los informantes hay un lugar para el perdón.

En los días del pasado mes de octubre, me senté con Juan Gabriel Vásquez en la sala de conferencias de la oficina de su editor para hablar de sus libros e inevitablemente, lamentamos la violencia sin fin que hay en Colombia.

En un ambiente neutro e insulso,  Colombia se siente como aquella ficticia Costaguana de Joseph Conrad. En nuestra conversación, como en la vida, la ficción y la política confluyeron: la narración, como la mostrada con maestría en los informantes, es una ofrenda de paz.

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Silvia Paternoso: Antes de los informantes no había un libro sobre la comunidad judía en Colombia.
Juan Gabriel Vásquez: Habían algunos libros, claro, pero no novelas que narraran esos eventos. Y no solo de la comunidad judía, sino también, de aquellos alemanes que entraron en las listas negras, ni de la reclusión de los ciudadanos enemigos. Nosotros los novelistas somos terriblemente pretenciosos como tu bien sabes. Nosotros pensamos que el mundo está incompleto hasta que se explore en una novela.

SP: Recuerdo que solía haber una Pastelería Alemana en Barranquilla cuando era pequeña. Cuando leí tu libro, me miré en aquella poco iluminada pastelería donde las mujeres con acento corrían desde su casa. Yo caminaba en ella, pero inmediatamente sentí que ya no estaba en Colombia – sus pasteles huelen diferente. Yo nunca relacione el nazismo con la pastelería alemana anteriormente. Como tantas cosas de la historia de nuestro país, todos esos alemanes eran sospechosos y víctimas de una cacería de brujas que me había eludido por completo.
JGV: La gente no recuerda aquellos días, cuando el Gobierno Colombiano decidió participar activamente en la Segunda Guerra Mundial como aliados en contra las potencias del eje (axis), tomando como primera medida la protección de costas y fronteras. Ciudadanos alemanes, italianos y japoneses fueron retirados de aquellos lugares. Barranquilla, siendo el puerto más importante del Atlántico, tuvo una gran población inmigrante. Puedes imaginar toda esa gente teniendo que trasladarse de sus hogares al interior del país luego de décadas de vivir ahí, por la única razón de tener pasaportes que dicen que vienen de determinado lugar.



SP: No es interesante que la lectura de ficción sea la mejor forma de entender la historia?  Ahora me pregunto si los dueños de la pastelería no fueron “informados” por sus vecinos y si esa no fue la razón para que tuvieran un horario extraño con las luces apagadas la mayoría del tiempo. Aclaro que mi memoria es de los 70 y no de los 40 que es donde tu narrativa tiene lugar.
JGV: Barranquilla entra a jugar de otra manera: el Partido Nazi Colombiano fue fundado ahí. Los periodistas Silvia Galvis y Alberto Donadio encontraron asombrosas fotografías de esvásticas, banderas alemanas y brazos levantados en medio de la costa caribe. Para el novelista es una señal increíble. Eso probaba que la reacción del gobierno no era paranoica y por tanto había un motivo de preocupación. Por tal razón la situación descrita en los informantes era interesante para mí, ya que caía en un área gris.

SP: Los Informantes abrieron una cortina para mí. Yo no tuve muchos amigos con apellidos alemanes en Barranquilla y los que tuve, se deben haber ido a la Escuela Alemana. Por otra parte, tuve varios compañeros judíos en la Escuela Americana. Mi mejor amiga en la escuela primaria era una chica judía llamada Debbie Schwartz, cuyos ricitos de oro, pecas y ojos azules me llamaban la atención, aunque no tanto como su intrigante hogar. ¿Por qué no tenían un árbol de navidad y celebraban el nacimiento en diciembre?  Sus padres hablaban con acentos extraños e ir a su casa, era como viajar a un lugar diferente: una ciudad mejor.
Tú, tal como lo hice yo, dejaste Colombia. Tú fuiste a Paris. ¿Querías ser escritor antes de irte?
JGV: La decisión llegó mientras estudiaba derecho. Empecé a coquetear con la ficción – o  como R. L. Stevenson lo dice en un poema “estaba jugando con el papel” – mientras escribía una  descarada imitación de Cien Años de Soledad. Tomando algo que conoces muy bien y haciéndolo de nuevo, es la mejor manera de saber cómo funcionan los párrafos y las oraciones. Un día empecé a copiar, palabra por palabra, “The Dead” de Joyce y “Las Ruinas Circulares” de Borges. Hice lo anterior porque empecé a escribir mis propias historias.  Había estado escribiendo desde mucho tiempo atrás, pero esas historias fueron los primeros escritos antes de la publicación. Ahí empecé a sentirme totalmente desinteresado de cualquier cosa que no fuera dominar el arte de la narración.

SP: Se lo contaste a alguien?
JGV: Le dije a mi familia que no tenía ninguna intención de trabajar como abogado luego de terminar mis estudios de derecho. Había descubierto lo que quería hacer y no pensaba dejar la escritura como actividad de fin de semana, como si fuera una cosa en un rincón.

SP: Habías escrito a escondidas antes?
JGV: Escribí mi primer cuento corto cuando tenía ocho años  y este, ganó un premio en el colegio. No creo que haya existido un periodo de mi vida en el cual haya estado sin escribir.

SP: Sobre qué era aquella historia? Aunque antes dime cómo reaccionó tu padre con la noticia; ¿él quería que siguieras una tradición familiar?
JGV: Desearía tener algunas historias kafkianas sobre el enfrentamiento entre mi familia y mi oficio, pero no. Después de todo, ellos habían estado alimentándome de novelas. Alguna vez en mi vida, el futbol lo era todo para mí. La Copa del Mundo de España estaba cerca así que debió ser 1981.  Mi padre me dio una pequeña biografía de Pelé, el jugador brasileño, en inglés. Él quería leer el libro en español y por tanto, me preguntó si se la podía traducir por unos pesos. Lo hice. Ahora entiendo que estaba haciendo: él se las arregló para alimentar mi relación con los libros y el inglés. La pasé bien y pude recoger unos cuantos pesos.
Sobre la historia…extrañamente prefigura uno de los principales temas de mi ficción. No lo digo para sacar conclusiones psicológicas baratas sino porque no puedo dejar de notarlo. Es la historia de un pequeño chico atrapado por  accidente en un barco que va para Londres: se pierde en la ciudad, compra un perro caliente y encuentra la manera de volver a Colombia; todo en página y media.

SP: Es decir, desde los 7 años ya fantaseabas con irte. Nosotros los colombianos tenemos una especie de complejo de inferioridad – o ¿es curiosidad?, ¿un sentido de aventura? Para nosotros en Barranquilla Miami es mejor. Para ustedes en Bogotá les ocurre lo mismo, pero con Londres. En los informantes, el protagonista, que es provinciano, adora el medio europeo de Sara Gutterman y Enrique Desserer. ¿Aquello tiene alguna relación con nuestra fascinación por el exterior?
JGV: Bogotá no es diferente a cualquier capital tercermundista y aquella fascinación por la metrópolis es algo que encuentras en todos lados, desde Naipaul’s Trinidad hasta Carey’s Australia. No creo que aquello provenga de un sentido de inferioridad, que en todo caso, puede ser la razón para que la gente no se marche. De todas formas, Colombia es especial ya que tiene dos costas y su capital en el interior. Caracas es una ciudad costera, como también lo es Lima, Santiago y Buenos Aires. Antes de los aviones, un viaje de Barranquilla a Bogotá duraba entre 5 días y dos semanas. Bogotá es una ciudad escondida y por tanto, pienso que la elite cultural sintió la necesidad de irse y conocer el mundo, ya que de otra manera, morirían de provincialismo y tedio.

SP: La gente se viste más tweed en Bogotá que en Londres y ahí, podemos encontrar una arquitectura Victoriana y Tudor en toda la ciudad.
JGV: Un tío vivió en Londres por varios años durante los 50, y, durante ese tiempo, él llevó a mi padre – apenas adolescente – a pasar 3 años más o menos, en un internado cerca de Londres.  Desde ahí, mi padre desarrolló una incurable anglofilia que al parecer heredé. De todas formas, mi tío era una de esas personas de las que hablas, con su sombrero, sus guantes y su bastón. Todo está desapareciendo, obviamente, porque la ciudad está como 5 grados más calurosa que antes y por tanto ya nadie lleva guantes. “El calentamiento global y la influencia británica en Colombia”, sería un título para un buen ensayo.   



SP: Así que no hay ninguna coincidencia entre tu novela Historia Secreta de Costaguana que tiene lugar en Londres al final de la centuria y los bogotanos de clase alta que viajaron a Londres. En ese tiempo Joseph Conrad también estaba allí escribiendo Nostromo, que tiene lugar en una patria imaginaria de América Latina que él llamó Costaguana. Tu novela está basada en los tres días que Conrad gastó en la costa colombiana, así como las  conversaciones que tuvo con un colombiano en Londres. Sabes si alguna vez Conrad conoció algún bogotano?
JGV: Él se encontró con un colombiano, Santiago Pérez Triana, hijo de un ex presidente liberal que se fue de Colombia después de la persecución que le hizo el gobierno conservador. Él terminó en Londres y después de un tiempo, luego de reconciliarse con el país, se metamorfoseó en embajador. Conrad lo conoció a través de un amigo común de los dos, el escoces aventurero Robert Cunninghame-Graham, cuando escribía Nostromo. Este periodo coincidió con el momento en que Panamá se separaba de Colombia.
De todas formas, existió también una fuerte relación con Francia, ya que los colombianos siempre viajaban para estudiar en Paris como por ejemplo el gran poeta José Asunción Silva.

SP: En la costa, nunca tuvimos una fascinación con Inglaterra como si la tuvimos con la influencia francesa, italiana, libanesa o siria.
JGV: Y con la alemana. La cultura extranjera y los inmigrantes llegaron naturalmente a Barranquilla.

SP: Claro. Siendo la principal ciudad puerto, Barranquilla era un total bazar. Todo lo que llegó ahí, luego fue llevado al interior a través de nuestro corazón de las tinieblas: el Río Magdalena. Te refieres a él como “muddy Magdalena”[1]  en Costaguana. Escribí sobre eso en My Colombian War. Si el Congo fue el Corazón de las Tinieblas de Conrad, para mí, el Magdalena es la herida abierta de Colombia. Hoy, todo flota por el Magdalena: las drogas, las armas, los soldados, los rebeldes, los paramilitares; aunque también los suministros médicos, los profesores, los profesores y los clérigos.
Volviendo a la escritura y tu regreso a Colombia: muchos escritores de tu generación parece que pasan mucho tiempo en Europa. Ellos van primero a Paris y luego a España.
JGV: Es casi una tradición, cierto? Para mí, la decisión de ir a Paris fue la inmediata consecuencia de mi decisión  de ser un escritor. La tradición latinoamericana me dictaminó que tenía que irme y París era el lugar para ir.



SP: Estas hablando de los escritores del Boom.
JGV: Si, todos ellos fueron expatriados y estuvieron obsesionados con reinventar sus países en la literatura. Puedes pensar en Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes. Las mejores novelas sobre el Perú fueron escritas en Londres y Paris. Las grandes novelas sobre Méjico fueron escritas en Paris y Nueva York. Cien Años de Soledad fue escrita en México. Es un cliché latinoamericano. Obviamente los escritores del boom no inventaron esto: en el siglo 19, Rubén Darío fue el primero que creyó que Paris lo haría un poeta. Él, más o menos encontró la misma cosa que yo encontré, y esto es que el mundo literario en Paris no quería que él escribiera sobre la vida moderna, sobre la vida en los bulevares. Este quería que Darío escribiera sobre los paisajes de Latinoamérica. Lo exótico. El color local, es lo que querían. Esta tensión siempre ha existido. Para mi generación en Colombia, eso es el realismo mágico.
SP:No hay mucho de ello en tus libros. Fue una decisión consciente? De alguna forma Alberto Fuguet y Edmundo Paz Soldán, los fundadores de McOndo, el movimiento contra el realismo mágico, influyeron en ti?
JGV: No realmente. La mía no fue una decisión de rebeldía. Era consciente, en el sentido que mis materiales de trabajo no eran los mismos de García Márquez, por lo que era inútil apoyarse en su método. La literatura es cuestión de método. Tu trabajo como escritor es encontrar el método adecuado para contar la historia que quieres narrar, los personajes que quieres evocar. Cuando García Márquez empezó a escribir, él estaba aburrido hasta la muerte de la forma del realismo provincial, miope y comprometido que era aceptado en las novelas latinoamericanas. Él quería recontar las historias que su abuelo, un coronel de la guerra civil de 1899, le había contado. Cuando descubrió Faulkner, él supo cómo deberían leerse sus novelas. Así que no tuvo problemas con, por decirlo así, tomar prestado a Faulkner para escribir la hojarasca. Después de esto, deja a un lado a Faulkner, para tomar prestado a Hemingway y trabajar en el coronel no tiene quien le escriba. Él solo copiaba sus métodos.  Estuve en una situación similar cuando intentaba escribir  mis novelas – el método del gran novelista colombiano, no era para mí.
SP: García Márquez afirmaba que simplemente se dedicó a transcribir las narraciones de su madre y de su abuela. Tu no hablabas en ese lenguaje – el realismo mágico no es algo que se hablara en tu casa de Bogotá.
 JGV: Eso es. Mis historias no concordaban con el método prevalente y por tanto, tuve que buscarlo en otro lado. Una serie de novelas fueron las que me instruyeron en este campo: Pastoral Americana de Roth, El Intocable de Banville y El Diciembre del Decano de Below.

SP: Así que ¿Echaste por la borda los estudios de derecho o eres un abogado?
JGV: Me gradué con una muy extraña tesis sobre la venganza como prototipo legal en La Iliada. Nunca entendí como me aprobaron aquello como proyecto. Luego de haber terminado mis estudios de derecho, empecé a estudiar francés.
SP: ¿Por eso elegiste Francia? Estudiaste en la escuela americana, así que ¿por qué Paris y no Nueva York?
JGV: Alguien me dijo que tenía una tendencia escondida a hacerme las cosas más difíciles, pero no creo que sea eso. Escogí Paris porque pensé que eso hacían los escritores o los aspirantes a escritores. Los escritores responsables de mi vocación habían hecho algo en Paris en un momento u otro.



SP: Hablas de otras personas diferentes de los escritores del BOOM?
JGV: The Lost Generation, Hemingway, Fitzgerald. Pero me refiero sobre todo a James Joyce. Ulises y Cien Años de Soledad son los libros que me hicieron querer ser escritor. Ulises fue escrito en Paris y García Márquez vivió en Paris por un tiempo. La mayoría de escritores del BOOM, en diferentes momentos, vivieron en Paris: Julio Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes. Por eso era que Paris, era para mí, la ciudad correcta para que fuéramos los que quisiéramos ser escritores. Qué ingenuo, ¿no?
Gasté tres años en Paris y aprendí cosas muy importantes. El primer año fue fantástico. El segundo, no tanto. El tercero, solo supe que quería tomar mis cosas e irme a otro lado.

SP: Así que tú llegaste, buscaste un apartamento, instalaste tu computador y empezaste a escribir al siguiente día? Como se hace eso?
JGV: El pretexto era una maestría en la Sorbona. Lo único que quería era estar en París y escribir ahí, así que cuando llego el momento de escribir algo grande, una tesis en la Sorbona; no lo pude hacer. Tuve que elegir entre escribir una novela y escribir esa tesis. No fue complicado elegir la novela.

SP: Así que ¿tú no fuiste a Paris con una novela en la mente?
JGV: Llevaba una novela casi terminada por mí.

SP: ¿Fue realmente escrita?
JGV: La termine dos meses después de llegar a Paris y fue publicada en 1997. A mí me gusta,  pero no era una obra madura, razón por la cual la desheredé junto con mi segunda novela –que es la razón por la cual digo que Los Informantes es mi primera novela. Soy responsable de esa pequeña desinformación.

SP: En los informantes diriges la ambigua naturaleza de la verdad y el dilema de ser un narrador – llamas a los escritores “parásitos”.
JGV: El origen real de la novela fue una conversación que tuve con una alemana judía en 1999, que llegó a Colombia en 1938. Ella me contó la historia de sus últimos años en Alemania y su vida como inmigrante en Colombia.  El material durmió entre cajas por tres años esperándome a que aprendiera a manejarlo. Mientras tanto, mi suegro se sometió a una operación del corazón. Estuve sentado afuera de su habitación en el hospital, esperando hasta que él estuviera lo suficientemente bien para que me contara sobre su operación y pudiera utilizarlo en mi historia. Es por eso que creo que el novelista es un parasito: él se alimenta de las cosas malas que le pasan a otras personas y a sí mismo, con una sorprendente falta de culpa. Todo es material para la ficción; no tengo reparos sobre esto. Me gusta la idea de que Dostoievski tomó la inscripción en la tumba de su madre y  la utilizó en uno de sus más encantadores personajes.
SP: La identidad es otro de los grandes temas en los informantes. Describes a Enrique Deresser como un tipo “de sangre mezclada sin nacionalidad fija”. Me identifico con lo anterior en razón a que he estado en Nueva York desde que deje Colombia a los 15 años. Te estabas describiendo en ese párrafo?
JGV: Supongo que era yo. He vivido en el extranjero más de una tercera parte de mi vida, en Francia, en Bélgica y en España. Cuando me moví a Barcelona hace 10 años, era la tercera vez que dejaba un país.  Yo escribía en español colombiano y el lugar de mis novelas era Colombia, sin que por ello viviera en el país.  No obstante lo anterior,  los países en los que estuve viviendo no cambiaron mis ideas literarias y culturales tanto como lo hicieron América o Inglaterra. Por eso es inevitable que vea la nacionalidad y los nacionalismos de cualquier clase con escepticismo.
SP: Así que luego de vivir en Paris viajaste a Barcelona en lugar de volver a tu hogar. Qué representa para ti Colombia?
JGV: Me fui en el 96, cuando Bogotá estaba saliendo de la década más violenta de su historia desde el periodo llamado como “La Violencia”.
SP: Ahí fue cuando decidí volver. Regresé en 1999. En mi regreso, Colombia era poseedor de varios records: tenía los mayores índices de secuestro y homicidios.  Todos tenían miedo de abandonar sus hogares, y por ese entonces leía en revistas que los colombianos eran la gente más feliz del mundo. Hubo una terrible desconexión que quería experimentar.
JGV: Decidí no volver porque Bogotá, estaba en mi mente como la ciudad que había dejado en el 96, con la guerra de carteles de la droga contra el gobierno, las bombas y los secuestros. Pero la violencia fue solo una de las razones – aunque no la principal que era la literatura – y no fue la definitiva para no querer volver. La verdadera razón para no regresar era abstracta: temía que si volvía, nunca sería el escritor que esperaba ser.
  Terminé mi segunda novela por la época que dejé Paris, aunque seguía inconforme con las dos novelas escritas hasta el momento. Respecto a la segunda, Alina Suplicante, estaba a punto de ser publicada y yo me encontraba inconforme con ella, por lo que pasé por una honda crisis. En mi estancia en París, conocí a una maravillosa pareja de ancianos de 70 años, Suzanne y Francis Laurenty. Ellos vivían en una casa gigantesca en las Ardenas Belgas.  Sus hijos se habían casado y se habían ido, así que había un gran espacio en su casa. A finales de 1998, los visité durante una semana (algo que hice con bastante frecuencia) y le conté a Francis sobre mi crisis. Él me dijo “bueno, por qué no vienes, te quedas una semana con nosotros y lo averiguas?”. Al final de la semana él dijo “Nada de suerte? Bueno quédate el mes”. Al final del mes me dijo “quédate el tiempo que quieras hasta que descubras que ocurre”.
SP: Ese es el sueño de un escritor; no tuviste que pertenecer a una colonia de escritores. Crees que ellos seguirán aceptando escritores colombianos?
JGV: Si es una colonia de escritores, claro, solamente.
SP: Lo tenías todo para ti.
JGV: Si. Llevé una especie de vida paralela durante 10 meses. En las mañanas salíamos y cazábamos, por ejemplo, faisanes, que luego cuando volvíamos a casa, Suzanne los cocinaba para la cena.
SP: Qué historia se cocinaba mientras tanto en tu cabeza?
JGV: Ninguna historia. Yo estaba intentando encontrar qué clase de escritor quería ser y que clase de lecturas lograrían ayudarme a aquello. No creo que vuelva a ser capaz de leer tanto como leí en ese año. Después de mi estadía en Bélgica, me di cuenta que la pretensión de Truman Capote de leer por lo menos un libro al día era posible. Así conocí escritores esenciales como Conrad.



SP: Escribiste un homenaje en su memoria.
JGV: No creo que Historia Secreta de Costaguana sea un homenaje. De todas formas, intenté humanizar el personaje de Conrad.
SP: Pero humanizarlo es como un homenaje. ¿Por qué Conrad?
JGV: A través de su escritura, aprendí qué es la ficción, lo que debe hacer y cómo funciona. Cosas que no solamente se conocen con su ficción, sino también con sus prólogos, sus cartas, sus pequeños ensayos, etc. Esos conceptos eran enormes y abstractos y no te puedo decir qué tan concretos y necesarios eran para mí.
Incluso, tanto Conrad como Naipaul me enseñaron a ver mi país como un área de oscuridad. Ellos me enseñaron que eso estaba bien y hasta incluso era deseable, para tener una buena relación  con mi lugar de nacimiento; la fidelidad hacía un país esta extremadamente sobrevalorada. Ellos me enseñaron a ver la historia en términos de personas, lo cual, increíblemente, es algo que olvidamos constantemente. Sobre todo lo anterior, ellos me enseñaron a ver el desplazamiento físico como una fuente de energía creativa.

SP: En tus libros, el asunto del desplazamiento y la búsqueda de entender qué significa Colombia es muy fuerte. Debes estar familiarizado con la historia “Ulrica” de Borges donde el personaje principal aspira a ser colombiano. Cuando el objeto de su deseo le pregunta que significa ser colombiano, este responde “un acto de fe”. Los colombianos citan esa frase constantemente y yo estoy en desacuerdo con ese grandísimo mal uso de Borges. Él la utilizó como una frase espontánea y no como un lema nacionalista! Sentí lo mismo cuando observe el nuevo lema de campaña del gobierno llamado “Colombia es Pasión”. Pasión y fe son parte de la habitación pero no tienen nada que ver con la responsabilidad de los ciudadanos.
JGV: Donde firmo? Has dado en el clavo. Parte de mi crisis en 1999 fue no poder escribir sobre Colombia. No entendía mi país, su historia o su política.

SP: Tampoco yo. Me alegra escucharte eso. Entre mis amigos hay un gran vacío sobre lo que conocemos o cuanto nos preocupamos por nuestra historia – posiblemente porque fuimos a una escuela americana donde la foto de JFK reemplazaba la de Simón Bolívar. Tenemos ciclos de violencia cada 50 años. Estás de acuerdo con que la explicación para nuestra falta de interés en los demás es a causa de la rivalidad regionalista? Has viajado mucho por Colombia? Porque yo no.
JGV: Si. El año que gasté en Bélgica, me di cuenta que la posibilidad de escribir sobre Colombia había sido desalentadora para mí. Había crecido con la idea “hemingwayana” de que uno solo escribe sobre lo que conoce, pero también había crecido con la imagen de Borges, que había sido el primero en desafiar aquella idea latinoamericana de que sus escritores debían escribir sobre sus países. Novelistas como embajadores, cierto? Borges tocó el tema de este tonto prejuicio en un pequeño ensayo llamado “El escritor argentino y la tradición” y la vida empezó a ser mucho más fácil para todos nosotros desde entonces. No sentí ninguna especie de obligación de escribir sobre Colombia pero me molestaba que no pudiera.
Empecé a obsesionarme con algunas áreas grises de nuestra historia, de nuestro geist[2]como pueblo. El problema era que pensando que podía  entender algo de escribirlo, me hacía sentir incapaz de abordar aquellos temas. Fue un terrible momento de parálisis. Hablando de la hoja en blanco, me estaba enfrentando a un mundo en blanco.

SP: Yo lo  hice al revés: me embarque en la educación por medio de la escritura. ¿Qué hay del país que no entendías?
JGV: Siempre he odiado aquellos personajes  que hablan del espíritu de sus países y todos esos bienintencionados patrioterismos esotéricos. La cuestión era que eso era lo que estaba más cerca de aquello que no entendía: el alma, la cualidad abstracta que hacía a Colombia lo que era. Tiene mucho que ver con la violencia, pero no es solo eso sino va más allá.

SP: Estaba nuestra violencia siendo más clara en el territorio belga? Sentías que a través de tu escritura podías abrir nuestros ojos a la cadena de eventos que están ocurriendo en Colombia?
JGV: No. Si al caso, creo que pude abrir los ojos de mis personajes. Cualquier lector de mis novelas puede sentir que al final aprendió algo, claro, pero las novelas nunca han sido solo de información, sabías? Puede derivar en conocimiento de forma indirecta, ambigua y por tanto, enriquecedora. Las novelas nos hacen conscientes de las relaciones entre el individuo y la historia y, esa es la forma en que aquel matrimonio extraño funciona.

SP: Lo mismo se puede decir de un buen libro de no ficción. Los Informantes nos pone de relieve como hay dos formas de abordar cada historia, la ambigua naturaleza de la verdad y la necesidad de conocer ambos lados para que ocurra la reconciliación.
JGV: Los países y los gobiernos son los mejores narradores! Su habilidad de hacer creer, de recurrir a las mejores metáforas; su poder – que los novelistas rara vez tienen – de eliminar cualquier elemento discordante, cualquier cosa que cuestione su narrativa. La historia es un relato contado por el poder, no hay nada nuevo en esto. Así que una de las pocas justificaciones posibles de la novela – aunque no lo requiera – es la contradicción. No es sobre contar que pasó sino que podría haber ocurrido.  Lo que llamamos pasado, público o privado, es solo una historia invariable contada por primera vez por alguien con ciertos intereses, prejuicios e influencias. Las novelas nos recuerdan eso,  que no hay una sola verdad, una sola historia ni un solo pasado. 


[1] Muddy quiere decir algo así como enlodado o fangoso.
[2] Según tengo entendido, Geist quiere decir espíritu.

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